Cuando Eduardo Casar era niño le gustaba quedarse viendo las letras y el mar, cuando todavía no sabía ni leer ni nadar. Se aprendía poemas de memoria y los recitaba. Le gustaba imitar a los personajes de los libros, jugar con espadas como si fuera mosquetero y deducir causas como si fuera detective. De joven estudió literatura y de eso da clases. Y se pone a escribir para que a otros les guste lo que a él le gustaba.